Son innumerables y extremadamente variables
los caminos de la evolución de los organismos para adaptarse a
los cambios físicos y biológicos que constantemente moldean el medio
ambiente de la Tierra. No siempre, sin embargo, han sido
exitosas o adecuadas las respuestas de los seres vivos a las presiones del entorno. Prueba de ello son las especies desaparecidas de las que hallamos rastros, cuyo verdadero
número quizás nunca sabremos.
Las orquídeas
constituyen un ejemplo sin par del proceso evolutivo, y
Guayana escenario apropiado para ello: un ambiente que durante millones
de años ha experimentado cambios sumamente lentos, dando
a las especies que allí habitan tiempo para realizar
su adaptación, en un desarrollo que resulta complejo y riesgoso.
En el
arriesgado juego de la evolución, las orquídeas emprendieron
la estrategia reproductiva de perder gradualmente sus anteras productoras
de polen y soldar sus órganos reproductores masculinos y
femeninos en una sola estructura: la columna. Más del 99% de las especies existentes
hoy conservan funcionalmente una sola de las seis anteras de
sus predecesoras, y el reducido 1% restante ostenta dos. De este pequeño grupo se han
reportado 5 especies en Venezuela, de las
cuales 4 son endémicas de Guayana, o crecen en sus regiones muy próximas
(como Amazonas y Trinidad). Su primitivismo
se refleja en su habitat terrestre
(aproximadamente la mitad de las
especies de orquídeas son epifitas,
es decir, viven sobre la superficie de otras
plantas, lo que se considera un ejemplo de su adaptación evolutiva), y
aquélla que podemos considerar como la menos
evolucionada es un frútice de 2 a 3 metros de altura (la Selenipedium
steyermarkii, descrita por E. Foldats como nueva especie en
1961), endémica de nuestra Guayana donde
es bastante frecuente en su habitat. La quinta especie, que es andina, no ha sido tan afortunada:
últimamente es muy rara (en parte
Mientras
las especies con dos anteras conservan el polen en forma de polvo y aparentemente
en suficiente cantidad para ser dispersado por su polinizadores
naturales, lo que, desde luego, conlleva cierto riesgo de pérdida, para
la mayoría de las orquídeas el polen se ha convertido en algo demasiado
precioso para arriesgarlo en semejante forma de polinización, al poseer una
sola antera funcional. Para resolver esta situación, la mayor
parte de las orquídeas "monandras" lo han reunido en una o pocas
masas duras
-los llamados polinios- que pueden ser transportados sin
dispersión. Esta modalidad acarrea, no obstante, algunos problemas, que las orquídeas hasta ahora
han logrado superar. En primer lugar, el
polen reunido en masas no debe ser
apetecido por los polinizadores como alimento (principalmente por las
abejas, principales polinizadores de las
orquídeas), porque de esa forma la
supervivencia de la especie sería imposible.
Por otra parte, los polinios son demasiado pesados para adherirse por sí mismos al polinizador, que debe ser, además, lo bastante grande para poder llevar la carga. Estas dificultades han sido resueltas ocultando o disfrazando los polinios, por una parte, y cubriendo a los polinizadores con una sustancia pegajosa, fuerte, para adherir
los polinios o, en la mayoría de los casos, dotando
a los polinios mismos con un disco pegajoso.
Pero éstas son sólo soluciones parciales:
lo más importante es atraer a los polinizadores apropiados, porque el mecanismo por sí solo no garantiza la pólinización. Y esto lo logran las orquídeas mediante un inusitado despliegue de aromas y colores, y una curiosa arquitectura que asegura que el polinizador (a veces especies de insectos muy específicos para determinadas plantas) cargue con los polinios de una flor a otra entrando en contacto estrecho con la flor, ya sea en busca de néctar o intentando copular con ella, a la que toma por su compañera de especie. Así, para atraer a los polinizadores surgen flores vistosas, de atractivos colores, que aparentan ofrecer alimento o exhalan un aroma embriagador,
o bien se disfrazan de hembras, ofreciendo "pseudosexo" a los
insectos machos, o imitan a competidores,
etc. Debemos admitir, no obstante,
que muchas estrategias reproductivas no han sido descifradas todavía. No sabemos, por ejemplo, por qué las especies de las complejas y ornamentales orquídeas del género Coryanthes viven sólo sobre hormigueros (últimamente se ha
logrado su cultivo eficaz sin hormigas), porqué
otras se desarrollan exclusivamente sobre palmas, etc.
Deben haber sido contados los casos en que una
mutación fortuita y rápida haya resuelto eficazmente algunos de
los problemas de adaptación más complejos; la mayoría de las veces ello debe
haber sido resultado de cambios lentos y de una selección
gradual. Muchas orquídeas probablemente se extinguieron por no haber desarrollado
mecanismos apropiados para resolver las dificultades surgidas en la vía de
su adaptación
. Pero los numerosos caminos eficaces que tomaron dieron como resultado la familia
de plantas más diversa, con el mayor número de especies
existentes y todavía en evolución dinámica. Y es precisamente en Guayana
donde encontramos un alto número de especies endémicas y una variación morfológica
y
fisiológica que no se presenta en otras partes (las tres especies de Cattleya
-muy apreciadas por su valor ornamental-, la Flor de Nácar
-Catasetum pileatum- y tantas otras más las
encontramos en Guayana).
Las orquídeas ofrecen
especies dignas de admiración por su valor
ornamental, así como también abundante y variado
material para el estudio y la curiosidad científica.
Pero, si los lentos cambios de la naturaleza han
producido al mismo tiempo las orquídeas más primitivas y las
más evolucionadas, los cambios recientemente inducidos por el hombre amenazan lo logrado en el pasado. Muchas de las sabanas guayanesas eran antes bosques, y moradas de las orquídeas más hermosas. En muchos de los bosques que quedan hoy día en el planeta las orquídeas ornamentales ya son escasas o han desaparecido. Esta es obra de su gran admirador, el hombre, que, a veces, paradójicamente,
se convierte en su peor enemigo. Como ejemplo podemos mencionar una isla en el río Carrao, cerca de Canaima, la cual fue bautizada en los años 60 "Isla de las
Orquídeas" por su abundancia de esta flor. Los despojos que ocasionaron no solamente visitantes y turistas, sino también quienes explotaron por negocio sus especímenes florales, hicieron que hoy en esta
isla ya no queden prácticamente orquídeas ornamentales.
Los restos de árboles cortados con
motosierras son testigo de ese desenfrenado afán de apropiación. Afortunadamente, asociaciones como FU DENA y la Fundación del Instituto Botánico de Venezuela patrocinan actualmente
la debida recuperación de la isla. En eran peligro de desaparición se encuentra tambiér la Cattleya jenmanii -digna competidora de
nues tra Flor Nacional, la Cattleya mossiae-, y un cierto número
de otras especies.
Lamentablemente la naturaleza no está capacitada
para suplir la demanda desmedida de que el hombre la hace objeto. Lo único que podemos
hacer para salvar las plantas que nos quedan es aprovechar
las que tenemos en nuestros invernaderos para iniciar una propagación
intensiva, meristemática y por semillas, que permita producir
suficientes plantas, no sólo para satisfacer los requerimientos de los
cultivadores de
orquídeas, nacionales e internacionales, sino, lo que es más importante, para
evitar la desaparición de esta planta que
juega un indudable papel en el
equilibrio de la naturaleza. Y, para
disfrutar racionalmente de sus valores estéticos, establecer viveros de exposición, lo que, de paso,
contribuiría a intensificar el turismo en Venezuela.
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