sábado, 15 de septiembre de 2018

LAS ORQUIDEAS DE GUAYANA

Son innumerables y extremadamente varia­bles los caminos de la evolución de los organis­mos para adaptarse a los cambios físicos y biológicos que constantemente moldean el medio ambiente de la Tierra. No siempre, sin embargo, han sido exitosas o adecuadas las respuestas de los seres vivos a las presiones del entorno. Prueba de ello son las especies desapa­recidas de las que hallamos rastros, cuyo verda­dero número quizás nunca sabremos.
Las orquídeas constituyen un ejemplo sin par del proceso evolutivo, y Guayana escenario apropiado para ello: un ambiente que durante millones de años ha experimentado cambios sumamente lentos, dando a las especies que allí habitan tiempo para realizar su adaptación, en un desarrollo que resulta complejo y riesgoso.
En el arriesgado juego de la evolución, las orquídeas emprendieron la estrategia reproduc­tiva de perder gradualmente sus anteras produc­toras de polen y soldar sus órganos reproducto­res masculinos y femeninos en una sola estructura: la columna. Más del 99% de las especies exis­tentes hoy conservan funcionalmente una sola de las seis anteras de sus predecesoras, y el reducido 1% restante ostenta dos. De este pequeño grupo se han reportado 5 especies en Venezuela, de las cuales 4 son endémicas de Guayana, o crecen en sus regiones muy próximas (como Amazonas y Trinidad). Su primitivismo se refleja en su habitat terrestre (aproximadamente la mitad de las especies de orquídeas son epifitas, es decir, viven sobre la superficie de otras plantas, lo que se considera un ejemplo de su adaptación evolutiva), y aquélla que podemos considerar como la menos evolucionada es un frútice de 2 a 3 metros de altura (la Selenipedium steyermarkii, descrita por E. Foldats como nueva especie en 1961), endémica de nuestra Guayana donde es bastante frecuente en su habitat. La quinta especie, que es andina, no ha sido tan afortunada: últimamente es muy rara (en parte
Mientras las especies con dos anteras con­servan el polen en forma de polvo y aparente­mente en suficiente cantidad para ser dispersado por su polinizadores naturales, lo que, desde luego, conlleva cierto riesgo de pérdida, para la mayoría de las orquídeas el polen se ha conver­tido en algo demasiado precioso para arriesgarlo en semejante forma de polinización, al poseer una sola antera funcional. Para resolver esta situación, la mayor parte de las orquídeas "mo­nandras" lo han reunido en una o pocas masas duras -los llamados polinios- que pueden ser transportados sin dispersión. Esta modalidad acarrea, no obstante, algunos problemas, que las orquídeas hasta ahora han logrado superar. En primer lugar, el polen reunido en masas no debe ser apetecido por los polinizadores como ali­mento (principalmente por las abejas, principales polinizadores de las orquídeas), porque de esa forma la supervivencia de la especie sería impo­sible. Por otra parte, los polinios son demasiado pesados para adherirse por sí mismos al polini­zador, que debe ser, además, lo bastante grande para poder llevar la carga. Estas dificultades han sido resueltas ocultando o disfrazando los polinios, por una parte, y cubriendo a los polini­zadores con una sustancia pegajosa, fuerte, para adherir los polinios o, en la mayoría de los casos, dotando a los polinios mismos con un disco pegajoso. Pero éstas son sólo soluciones parcia­les: lo más importante es atraer a los polinizado­res apropiados, porque el mecanismo por sí solo no garantiza la pólinización. Y esto lo logran las orquídeas mediante un inusitado despliegue de aromas y colores, y una curiosa arquitectura que asegura que el polinizador (a veces especies de insectos muy específicos para determinadas plan­tas) cargue con los polinios de una flor a otra entrando en contacto estrecho con la flor, ya sea en busca de néctar o intentando copular con ella, a la que toma por su compañera de especie. Así, para atraer a los polinizadores surgen flores vistosas, de atractivos colores, que aparentan ofrecer alimento o exhalan un aroma embriaga­dor, o bien se disfrazan de hembras, ofreciendo "pseudosexo" a los insectos machos, o imitan a competidores, etc. Debemos admitir, no obstan­te, que muchas estrategias reproductivas no han sido descifradas todavía. No sabemos, por ejem­plo, por qué las especies de las complejas y ornamentales orquídeas del género Coryanthes viven sólo sobre hormigueros (últimamente se ha logrado su cultivo eficaz sin hormigas), porqué otras se desarrollan exclusivamente sobre palmas, etc.
Deben haber sido contados los casos en que una mutación fortuita y rápida haya resuelto eficazmente algunos de los problemas de adapta­ción más complejos; la mayoría de las veces ello debe haber sido resultado de cambios lentos y de una selección gradual. Muchas orquídeas probablemente se extinguieron por no haber desarrollado mecanismos apropiados para re­solver las dificultades surgidas en la vía de su adaptación . Pero los numerosos caminos efica­ces que tomaron dieron como resultado la familia de plantas más diversa, con el mayor número de especies existentes y todavía en evolución dinámica. Y es precisamente en Gua­yana donde encontramos un alto número de especies endémicas y una variación morfológica y fisiológica que no se presenta en otras partes (las tres especies de Cattleya -muy apreciadas por su valor ornamental-, la Flor de Nácar -Cata­setum pileatum- y tantas otras más las encontra­mos en Guayana).
Las orquídeas ofrecen especies dignas de admiración por su valor ornamental, así como también abundante y variado material para el estudio y la curiosidad científica.
Pero, si los lentos cambios de la naturaleza han producido al mismo tiempo las orquídeas más primitivas y las más evolucionadas, los cambios recientemente inducidos por el hombre amenazan lo logrado en el pasado. Muchas de las sabanas guayanesas eran antes bosques, y moradas de las orquídeas más hermosas. En muchos de los bosques que quedan hoy día en el planeta las orquídeas ornamentales ya son escasas o han desaparecido. Esta es obra de su gran admirador, el hombre, que, a veces, para­dójicamente, se convierte en su peor enemigo. Como ejemplo podemos mencionar una isla en el río Carrao, cerca de Canaima, la cual fue bautizada en los años 60 "Isla de las Orquídeas" por su abundancia de esta flor. Los despojos que ocasionaron no solamente visitantes y turistas, sino también quienes explotaron por negocio sus especímenes florales, hicieron que hoy en esta isla ya no queden prácticamente orquídeas ornamentales. Los restos de árboles cortados con motosierras son testigo de ese desenfrenado afán de apropiación. Afortunadamente, asocia­ciones como FU DENA y la Fundación del Insti­tuto Botánico de Venezuela patrocinan actual­mente la debida recuperación de la isla. En eran peligro de desaparición se encuentra tambiér la Cattleya jenmanii -digna competidora de nues tra Flor Nacional, la Cattleya mossiae-, y un cierto número de otras especies.
Lamentablemente la naturaleza no está ca­pacitada para suplir la demanda desmedida de que el hombre la hace objeto. Lo único que podemos hacer para salvar las plantas que nos quedan es aprovechar las que tenemos en nuestros invernaderos para iniciar una propaga­ción intensiva, meristemática y por semillas, que permita producir suficientes plantas, no sólo para satisfacer los requerimientos de los cultiva­dores de orquídeas, nacionales e internaciona­les, sino, lo que es más importante, para evitar la desaparición de esta planta que juega un indu­dable papel en el equilibrio de la naturaleza. Y, para disfrutar racionalmente de sus valores esté­ticos, establecer viveros de exposición, lo que, de paso, contribuiría a intensificar el turismo en Venezuela.










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